miércoles, 24 de junio de 2009

24 de junio- Cumpleaños de Ernesto Sábato.-


Como centinelas, cada hombre ha de permanecer en vela. Porque todo cambio exige creación, novedad respecto de lo que estamos viviendo, y para ello hemos de quitarle a este modelo neoliberal la pretensión de ser la única manera de vivir posible para la humanidad.
Si confesamos que todos tenemos una responsabilidad en lo que está sufriendo la humanidad, esto significa que en un momento no hicimos lo que pudimos haber hecho.
A pesar de las desilusiones y frustraciones acumuladas, no hay motivo para descreer del valor de las gestas cotidianas. Aunque simples y modestas, son las que están generando una nueva narración de la historia, abriendo así un nuevo curso al torrente de la vida. Basta con leer la historia, para ver cuántos caminos ha podido abrir el hombre con sus brazos, cuánto el ser humano ha modificado el curso de los hechos. Con esfuerzo, con amor, con fanatismo.
La posibilidad de comenzar a revertir esta situación está basada en la mirada que cada uno dirige a los demás. Este es el lugar del peligro y es también la oportunidad que nos ofrece la historia.
Porque esta crisis, que tanta desolación está ocasionando, tiene también su contrapartida, porque ya no hay posibilidades para los pueblos ni para las personas de jugarse por sí mismos. El “sálvese quien pueda” no sólo es inmoral, sino que tampoco alcanza. Esta es una hora decisiva. Sobre nuestra generación pesa el destino, y es ésta nuestra responsabilidad histórica.
Y no me refiero a un país en particular, es el mundo el que reclama ser expresado para que el martirio de tantos hombres no se pierda en el tumulto y en el caos, sino que pueda alcanzar el corazón de otros hombres, para repararlos y salvarlos. La falta de gestos humanos genera una violencia a la que no podremos revertir con el uso de armas; únicamente un sentido de la vida más fraterno lo podrá sanar.
Debo confesar que durante mucho tiempo creí y afirmé que éste era un tiempo final. Por hechos que suceden o por estados de ánimo, a veces vuelvo a pensamientos catastróficos que no dan más lugar a la existencia humana sobre la tierra. Pero infatigablemente gana la vida, es como esas plantas que asoman entre los ladrillos, lejos del agua y del sol, mostrándonos aquella raíz primordial, capaz de nutrirse del manantial oculto del que surge el coraje para seguir luchando
Como afirma Junger:
“En los grandes peligros se buscará a lo que salva a mayor profundidad. Nuestra esperanza hoy se apoya en que , al menos, una de estas raíces vuelva a ponernos en contacto con aquel reino telúrico del que se nutre la vida de los pueblos y de los hombres.”

VI

Y así, en medio del miedo, y la depresión que prevalece en este tiempo, irá surgiendo, por debajo, imperceptiblemente, atisbos de otra manera de vivir que busque, en medio del abismo, la recuperación de una humanidad que se siente a sí misma desfallecer. La fe que me posee se apoya en la esperanza de que el hombre, a la vera de un gran salto, vuelva a encarnar los valores trascendentes, eligiéndolos con una libertad a la que este tiempo, providencialmente, lo está enfrentando.
Aunque todos, por distintas razones, alguna vez nos doblegamos, hay algo que no falla y es la convicción de que, únicamente, los valores del espíritu pueden salvarnos de este gran terremoto que amenaza a la humanidad entera. Necesitamos ese coraje que nos sitúa en la verdadera dimensión del hombre.
Sin duda lo que hoy nos toca atravesar es un pasaje. Este pasaje significa un paso atrás. Para que una nueva concepción del universo vaya tomando lugar del mismo modo que en el campo se levantan los rastrojos para que la tierra desnuda pueda recibir la nueva siembra.
La vida del mundo ha de abrazarse como la tarea más propia y salir a defenderla, con la gravedad de los momentos decisivos. Esa es nuestra misión. Porque el mundo del que somos responsables es éste: el único que nos hiere con el dolor y la desdicha. pero también el único que nos da la plenitud de la existencia; el que nos ofrece un jardín en el crepúsculo, el roce de la mano que amamos; esta sangre, este fuego, este amor, esta espera de la muerte.
Este deseo de convertir la vida en un terruño humano.
Tenemos que abrimos al mundo, porque es la vida y nuestra tierra la que está en peligro. No hay ningún lugar del mundo que pueda considerar que el desastre ocurre afuera. Y no podemos hundirnos en la depresión, porque es de alguna manera un lujo que no pueden darse los padres de los chiquitos que padecen el hambre. En cambio cuando nos hagamos responsables del dolor del otro nuestro compromiso nos dará un sentido que nos colocará por encima de la fatalidad de la historia.
Muchos ya lo están haciendo. Son hombres y mujeres que, anónimamente, sostienen la condición humana en medio de la mayor precariedad. Unidos en la entrega a los demás y en el deseo absoluto de un mundo más humano, son ellos los que ya han comenzado a generar un cambio, arriesgándose en experiencias hondas como son el amor y la solidaridad. Y la tierra, así, va quedando preñada de su empeño.
Pero antes habremos de aceptar que hemos fracasado. De lo contrario volveremos a ser arrastrados por los profetas de la televisión, por los que buscan la salvación en la panacea del hiperdesarrollo. El consumo no es un sustituto del Paraíso
La situación es muy grave y nos afecta a todos. Pero aún así, son multitudes los que se esfuerzan por no traicionar los valores nobles, y ellos representan la gran mayoría del planeta, también en los países más desarrollados, quienes tienen hambre y sed de un mundo diferente; y en grandes continentes, millones de seres en el, mundo sobreviven heroicamente en la miseria.
Entre ellos los más vulnerables, inocentes, sagrados: hay millones de niños y niñas cuyas primeras imágenes de la vida son las del abandono y el horror. El tremendo estado de desprotección en que se halla arrojada la infancia nos muestra un tiempo de inmoralidad irreparable.
Para todo hombre es una vergüenza, un verdadero crimen, que existan doscientos cincuenta millones de niños explotados en el mundo.
Quiera Dios que sean ellos, estos pequeños chicos abandonados que nos pertenecen tanto como nuestros propios hijos, quienes nos abran a una vida humana que los incluya.

Ernesto Sabato
Agosto 14 2002,
San Juan
Puerto Rico

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